Daniel Lacalle, uno de los economistas más influyentes a nivel mundial y elegido durante tres años consecutivos en el top 3 de Thomson Reuters de los mejores gestores en las categorías de estrategia general, petróleo y eléctricas, cerró con su ponencia el I Foro para el Desarrollo Angeco.
Ante las continuas referencias a la incertidumbre como la palabra más repetida en relación con la economía, quiso matizar que la mayoría de las cosas que se denomina incertidumbre son sucesos que se sabe que van a pasar, pero que no nos gustaría que pasasen y eso, en su opinión, no es exactamente incertidumbre.
Cuando hablamos de economía todos tendemos a cometer tres errores fundamentales, el primero de ellos es el presentismo, pensar que lo que estamos viviendo ahora es lo más relevante que se ha visto jamás. El segundo error es la nostalgia, exagerar la situación actual y pensar que en épocas pasadas se estaba mejor. Exagerar el presente y el pasado nos lleva al tercer error al analizar la economía que es la distopía, pensar que todo se va a venir abajo y va a haber una hecatombe.
Estos tres errores nos llevan a ser o excesivamente pesimistas o excesivamente optimistas y en economía lo más peligros siempre es la euforia. Las crisis se generan por la acumulación de riesgos en activos en los que percibimos que no hay riesgo y nos acostumbramos a asumir mayores riesgos con menos rentabilidad.
Es importante entender que no hay ninguna forma de progreso que no provenga de la destrucción creativa. Es normal y sano que se produzca. Muchas de las mejoras y ventajas económicas que hoy disfrutamos tienen su origen en quiebras de grandes empresas, que tuvieron que desaparecer para que apareciera una alternativa mejor.
Otro de los grandes peligros en economía es pensar que lo que ocurre esta vez es diferente. No suele ser así. Los excesos de hoy son los recortes del futuro y los desequilibrios de ayer son los problemas actuales. Hoy todo el mundo está muy preocupado por la subida de los tipos de interés, pero esto es consecuencia de la aberración que suponía el haber estado años con los tipos de interés negativos.
El problema de la economía global ahora no es que estén subiendo los tipos, sino que tengamos una inflación acumulada desde 2018 del 15% en términos de IPC. Además, hay que tener en cuenta que el IPC es una magnitud que hay que tomarla con pinzas, ya que para calcularlo se le da, por ejemplo, el mismo valor a los coches que a los alimentos, pero a nivel de las personas no tiene el mismo peso porque una persona puede comprar un coche cada varios años, pero compra alimentos todos los días. El IPC no es la inflación, la inflación es el poder adquisitivo de la moneda.
Tenemos una inflación persistente que no es culpa de la guerra de Ucrania, puesto que si dependiera de eso hoy tendríamos inflación negativa porque, desde que la Reserva Federal empezó a subir los tipos, todas las materias primas cotizan hoy por debajo de los preciso anteriores a la guerra de Ucrania. Las materias primas o los salarios no hacen subir la inflación, sino que son una consecuencia de la inflación.
Por tanto, vivimos en un entorno de inflación persistente con una subida de tipos que es lógica viniendo de donde veníamos en años anteriores. Estamos viviendo la resaca de un tsunami monetario, que todavía permanece. Esto hace que tengamos que ser mucho más realistas y, si queremos lo mejor, prepararnos para lo peor, y no como ocurre actualmente, que el exceso de optimismo nos hace prepararnos para lo mejor y lo que nos sucede es lo peor.
La expansión monetaria de los últimos años, que ha mantenido los tipos en negativo, no es lo normal y, por tanto, no puede considerarse extraño que los tipos vayan subiendo y recuperando la normalidad económica.
Con la cifra de inflación acumulada del 15% que arrastramos, si no fuera por el ahorro que las familias hicieron durante la pandemia, la situación social no sería sostenible. El progreso de una economía viene de la combinación de inversión prudente y ahorro y no del gasto y del endeudamiento. La deuda es un instrumento de progreso cuando no genera efecto desplazamiento, que es quitar la capacidad de financiación a los que tienen proyectos interesantes para que la absorban los que destruyen valor añadido.
Actualmente nos encontramos en un entorno que nos permite ser moderadamente optimistas, en el sentido de que no estamos con una política monetaria agresiva a pesar de las subidas paulatinas de los tipos de interés, ni con una economía que vaya a entrar en una crisis como la del 2008.
En esta crisis, lo que se está produciendo es una gigantesca transferencia de renta de los salarios reales y los depósitos a los gobiernos. No hay recesión, pero la renta disponible de las familias ha caído un 9% y la tasa de pobreza ha subido con respecto a la del 2019, incluso después del mayor estímulo monetario de la historia. Esto quiere decir que nos estamos empobreciendo lentamente a cambio de que el PIB se mantenga relativamente estable.
Nos enfrentamos a un entorno en el que los últimos tres años dictan lo que ocurrirá en los próximos seis, en los que vamos a ver fuertes reestructuraciones de créditos que se producirán entre el 2024 y 2028, es decir, se van a ver reestructuraciones mucho más espaciadas en el tiempo.
Como conclusión final, Daniel señaló que si no atacamos la inflación entraremos en una década de estanflación que no nos podemos permitir.